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Es el sonido que se lleva el viento.

sábado, marzo 20

Érase una vez... una princesa que se rebeló contra su cuento.

- ¿Señorita Mía? ¿Está usted aqui? ¡ Vamos a rodar la tercera escena, por favor, salga ya!
- Sí, ahora voy.
Los pasos y ruidos se alejan. Mía respira, apesadumbrada. Es una actriz en auge, una actriz para la que el futuro es una expresión que solo infunde tranquilidad. O debería hacerlo, porque Mía lo daría todo por volver dos años atrás, y no aceptar super-producciones de Hollywood, en las que las opiniones de Mía no cuentan, su talento, sus sentimientos, no existen. >>Mía, ¡tranquila! Aqui lo que vende es la carne, así que por favor...<< Y ella aceptó, pensando en que el dinero le vendría bien. Ahora, se desvanece pensando en que debería haber declinado la oferta con una sonrisa amable y unas palabras que se escondían, cortantes, entre sus ojos.
Desde pequeña, sus padres habían querido que ella fuese una abogada, o un juez, algo con influencia, y sin embargo, ella eligió Artes Dramáticas, con una sonrisa que sus padres interpretaron de disculpa. Una de sus tías, la que le animó a elegir su propio futuro empezó a decir que era una princesa que se había rebelado contra un destino entre los brazos de un príncipe demasiado perfecto para ser real, que se había rebelado contra su propio cuento. Ahora el cuento la ha atrapado.
Se levanta, cansada, se arregla el vestido insultantemente corto que le han hecho ponerse y camina hacia los decorados, sintiéndose como se debe de sentir una hormiguita cuando la luz del sol la atraviesa, para placer de niños con lupas.
El director la mira con sus ojillos amarillentos y posesivos, mientras se le acerca y le agarra del brazo con sus manos grasientas, diciéndole algo que ella ni siquiera oye, en su desesperación.
El argumento de la película es tan falso como los abdominales del otro protagonista. Mía suspira, y se coloca atada a una silla, de una forma que levantarse fuera fácil, pero según el director, así se le ven mejor las piernas.
Cuando va a entrar en acción, normalmente, siente como sus pulmones se hinchan de inspiración, como su corazón se expande y se contrae al ritmo de sus palabras. Eso solía ser en sus pequeñas producciones entre amigos, con un director que sabía sacar lo mejor de cada persona, y no miraba lascivamente a sus propias actrices.
Las manos del actor principal le rozan suavemente los brazos, creyendose irresistible. A Mía le gusta tanto que le haga eso como coger una sierra mecánica encendida con las manos por el filo. Nota como él va contrayendo el cerco que sus brazos alrededor de su pecho. Eso sí que no.
Mía se levanta, notando como la ira corre por sus venas, instándola a darle una bofetada. Las cuerdas de sus muñecas se deslizan al suelo. Le mira brevemente, y se va a su camerino, entre los gritos de rabia del director y el equipo.
Se cambia de ropa, con unos sencillos vaqueros y una camiseta que ya es demasiado grande para ella, dejando abandonado el vestido, tan caro que Mía nunca había visto tanto dinero junto hasta entonces. Se deshace el complicado recogido que llevaba y se hace una sencilla coleta, sintiendo como su cuero cabelludo, agradecido, deja de tirar. Se marcha del rodaje, dando saltitos infantiles, con una sonrisa tan amplia que su rostro meláncolico y confuso parece iluminarse.
Por segunda ver en su vida, Mía ha vuelto a rebelarse contra un destino de botox, drogas y dinero. Mía prefiere quedarse con su pequeña y ajustada vida, iluminada por una bombilla cálida y respetuosa, que la abrazaba con cariño, antes que los grandes y artificiales focos que prometían una vida deslumbrantemente falsa.

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